Una sirena para
el oso,
mi querido Cortázar.
Soy la sirena de los
pasadizos de tu imaginación, nado entre caracolas de dolor y colores inocentes,
cadáveres incandescentes y pasiones de bastón. Voy por las catacumbas de emoción
en emoción y soy la sirena de los pasadizos.
Creo
que me estiman porque mi cola arroja olas de pulsión. Incesantemente abrazo
planetas de mares, a veces océanos de humo. Y nada me gusta más que nadar de
helicóptero a submarino, tomando más y más agua. Y disfruto en las
profundidades de las sombras, porque saco provecho del despojo. O cerca de los
límites de las redes, porque las agujereo. De noche aleteo en la tinta y es
cuando más creativa aleteo. Hago remolinos para ver si las ostras muestran sus
perlas y dejo que mi pelo fluya en el papel. Y puedo flotar en las aguas más
podridas de los hombres y hundirme en mares de felicidad, insomne. Primero con
llantos, después con risas, después con las dos juntas, y eso me produce una
grandísima alegría.
Entonces
recorro las catacumbas, de emoción en emoción; pataleando triste si me
asfixian, sonando ingenua cuando me acarician. Hay otros seres que temen cuando
les canto, y usan ataduras en las orejas. Algunos están tan sordos que no
pueden sondear los pasadizos de las emociones, y se ahogan. Yo a veces tengo
miedo de transformarme en uno de ellos. Nado más profundo e intento llegar al
cielo. Cuando la nube me moja, tambaleo si veo desde allá a mis seres queridos
naufragando. Y me sumerjo cálida de abrazos y embotada de besos, estando
vagamente segura de que algo bien estaré haciendo.
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